Toda vez que un dictador aparece (o desaparece) pensamos en esos libros que sobre todo a partir del boom despuntaron los vicios y los errores de aquellos que se creyeron mandamases del mundo.
Ciudad de México, 9 de diciembre (SinEmbargo).- “Yo, Robert Gabriel Mugabe, en términos de la sección 96 de la Constitución de Zimbabue, tiendo formalmente mi renuncia con efecto inmediato”, dijo el longevo dictador, poniendo fin a un mandato de 37 años.
La historia de este dictador, que empezó como un verdadero símbolo de la independencia, incluye violaciones a los derechos humanos, en los que incluye graves persecuciones a los homosexuales, a quienes considera “unos cerdos”.
África ha tenido a muchos dictadores, Latinoamérica también, pero es después del libro del Premio Nobel de Guatemala, Miguel Ángel Asturias, que escribió El señor presidente, que en nuestra región comenzaron lo que hoy se conoce como las novelas del dictador y que son referencia en todo el mundo.
Pensando en Zimbabue y en Robert Mugabe, cruzando los dedos para que nunca más aparezcan dictadores de este tipo, vamos a la literatura, que todo lo guarda:
El señor presidente, de Miguel Ángel Asturias
La descripción y la denuncia de las tiranías latinoamericanas han servido de trasfondo argumental a novelas de gran calidad literaria. El señor presidente inspirada en la figura del guatemalteco estrada cabrera elevó a su máxima capacidad expresiva esa línea narrativa. El relato constituye un descenso a los infiernos a través de la reconstrucción de una atmósfera de pesadilla, forjada por el ejercicio ilícito del poder y por la omnipresencia de la tortura y el miedo.
El gran Burundún-Burundá ha muerto, de Jorge Zalamea
“Si las bestias son más dóciles y más felices que los hombres, es porque no participan de la maldición de la palabra articulada. Que chillen si tienen hambre; que tosan si tienen frío; que bramen si están en celo; que gorjeen si están dichosos; que cacareen si despiertos; que rebuznen si entusiastas; gañan si codiciosos y gruñan si coléricos, pero que no hagan indecente inventario entre unos y otros de sus deseos ni se estimulen sediciosamente en ellos fomentándolos con palabras”.
Jorge Zalamea es colombiano.
El otoño del patriarca, de Gabriel García Márquez
Publicada en 1980 y ambientada en un supuesto país situado a orillas del Caribe, El otoño del patriarca relata la vida de un dictador que muere viejísimo, llegando a conservar el poder durante más de cien años. A través de sus recuerdos, el lector conoce que es hijo de una mujer del pueblo, Bendición Alvarado, única persona a quien quiso de verdad; que no supo quién fue su padre; que su primera infancia transcurrió en la miseria y que llegó a dictador, después de varias contiendas y golpes de estado, por voluntad de los ingleses.
Yo el supremo, de Augusto Roa Bastos
“Yo el Supremo Dictador de la República: ordeno que al acaecer mi muerte mi cadáver sea decapitado…” Así arranca una de las grandes novelas de la literatura en castellano del siglo XX: Yo el Supremo, de Augusto Roa Bastos, Premio Cervantes 1989.
La obra es un extraordinario ejercicio de gran profundidad narrativa y un testimonio escalofriante sobre uno de los peores males contemporáneos: la dictadura. El déspota solitario que reina sobre Paraguay es, en la obra de Roa, el argumento para describir a una figura despiadada que es asimismo metáfora de la biografía de América Latina.
Yo el Supremo es una perfecta radiografía del poder absoluto, de sus sombras, sus miserias y sus crímenes.
El recurso del método, de Alejo Carpentier
Alejo Carpentier fue un cubano inmerso en los contextos telúricos y políticos de su patria. Desde muy joven se incorpora a los intentos de renovación política y cultural del momento, y es muy conocida su vinculación al Grupo Minorista de intelectuales y artistas. “El recurso del método” nos presenta la historia del dictador de un arquetípico país hispanoamericano, pero la época en la que transcurre resulta la que el propio Carpentier conoció, y muchos de los hechos de La Habana de los años 20 están transcritos casi con exacta fidelidad. El espacio geográfico resulta, sin embargo, una invención tremendamente particularizada, síntesis de diversos países latinoamericanos, que conforma un imaginario geográfico con el que el lector debe familiarizarse para seguir y comprender las peripecias narrativas. El título de la obra, de obvias reminiscencias cartesianas, pretende hacer explícita la intención del autor: “El recurso del método” es el “Discurso del método” puesto al revés. El contraste entre el pensamiento razonador de Descartes y el quehacer hispanoamericano se erige como rica fuente para ironías de largo alcance.
Conversación en La Catedral, de Mario Vargas Llosa
Zavalita y el zambo Ambrosio conversan en La Catedral. Estamos en Perú, durante el “ochenio” dictatorial del general Manuel A. Odría. Unas cuantas cervezas y un río de palabras en libertad para responder a la palabra amordazada por la dictadura. Conversación en La Catedral no es, sin embargo, una novela histórica. Sus personajes, las historias que éstos cuentan, los fragmentos que van encajando, conforman la descripción minuciosa de un envilecimiento colectivo, el repaso de todos los caminos que hacen desembocar a un pueblo entero en la frustración. Conversación en La Catedral es algo más que un hito en el derrotero literario de Mario Vargas Llosa: es un punto de referencia insoslayable, un dato fijo en la historia de la literatura actual.
La tragedia del generalísimo, de Denzil Romero
Narrador venezolano nacido en Aragua de Barcelona (Anzoátegui). Es considerado uno de los más destacados escritores de novela histórica en el marco de la literatura venezolana. Su criterio de reconstrucción del hecho histórico obedece a las leyes propias de la ficción narrativa. La tragedia del generalísimo esta situada en el momento de las guerras napoleónicas y el personaje central es Francisco de Miranda. A partir del encuentro del Generalísimo con su alter ego contemporáneo se construye una obra de ficción sin dependencia alguna con la verdad historiográfica pero atenta al Siglo de las Luces, sus prohombres, modas y hechos relevantes. La idea central es la de que la conciencia de Francisco de Miranda, personaje central de esta novela, o su alter ego, habla o narra para prolongar la vida. Desde ese punto de vista, el lenguaje sería uno de los elementos que más aportan vida al hombre. (La Pluma Libros)
¿Te dio miedo la sangre?, de Sergio Ramírez
Partiendo de los años de Sandino, Ramírez cuenta numerosas historias entretejidas con gran habilidad: la historia de tres amigos conspiradores: Taleno, El Jilguero y el Indio Larios; la del coronel de la Guardia Nacional, Catalino López, que trae la cabeza de “Pedrón” Altamirano a Managua en un saco de cal y otras villanías risibles como el fraude de la elección de Miss Nicaragua en 1953.
La fiesta del Chivo, de Mario Vargas Llosa
En La fiesta del chivo asistimos a un doble retorno. Mientras Urania Cabral visita a su padre en Santo Domingo, volvemos a 1961, cuando la capital dominicana aún se llamaba Ciudad Trujillo. Allí un hombre que no suda tiraniza a tres millones de personas sin saber que se gesta una maquiavélica transición a la democracia. Vargas Llosa. Un clásico contemporáneo, relata el fin de una era dando voz, entre otros personajes históricos, al impecable e implacable general Trujillo, apodado el Chivo.
Cola de lagartija, de Luisa Valenzuela
Un Brujo que gobierna la tierra de nadie fabula desde los hormigueros secretos del poder el nacimiento de su imperio: el fétido Reino de la Laguna Negra. Su trono, a la vez escondite y centro de operaciones, es la réplica de una pirámide azteca. Desde ese templo de sacrificios, ríos de sangre correrán según la vieja profecía anunciada mil años atrás, cuando el Brujo llegó a ser el super ministro de un país real: la Argentina.
En una novela que se vale del mito y la historia, la leyenda y el humor negro, la autora -de quien Carlos Fuentes ha dicho que “es la heredera de la literatura latinoamericana”- reconstruye con total libertad la vida de un tenebroso personaje que manejó a su antojo los hilos de la política argentina: el todopoderoso José López Rega, secretario personal del general Juan Domingo Perón durante su última presidencia (1973-75), y apodado “El Brujo” por sus dotes de “hechicero emisario de los dioses”.